Tomado de: FB de Rodrigo Nuñez

Carlota Carvallo nació y vivió en Huacho. Tuvo una feliz infancia y juventud en la campiña huachana, disfrutó al máximo la playa, los paseos a caballo y fue organizadora, junto con sus hermanas, de improvisadas presentaciones teatrales para la familia en su casa. A los 16 años se mudó con su familia a Lima para iniciar sus estudios en la Escuela Nacional de Bellas Artes. Huacho tiene con esta importante artista, pionera de la literatura infantil en el Perú, una deuda de reconocimiento. El siguiente texto fue escrito por su hijo, el periodista y escritor Rodrigo Núñez Carvallo.

Cota y el Teatro. (Por: Rodrigo Núñez Carvallo)

«Papá, no quiero ir al colegio, dijo Cota a los diez años, me aburro mucho. No vayas pues, contestó el padre, pero tendrás que leer y aprender todo por tu cuenta. Desde entonces la niña se recluye en la biblioteca y devora cuanto libro encuentra en los estantes. Cuando los barcos llegan al puerto de Huacho, el padre vuelve cargado de paquetes: alguna cacatúa australiana, la colección de clásicos de la editorial Calleja de España, pinturas para iluminar fotos, ejércitos de soldaditos de plomo, un gramófono a manivela.

¿Cómo se pintan los árboles, papá? ¿hoja por hoja? Don Armando diligente recorre toda la ciudad en busca de un profesor de pintura y solo encuentra a una señorita que enseña a decorar almohadones. A la semana, la niña decepcionada le confiesa al padre que eso no es lo suyo. Me hace copiar diseños de un libro en papel cuadriculado. Eso no me gusta. Yo quiero pintar árboles y cielos, caballos y personas.

No tiene más de diez años y Cota escribe ya sus propios libretos. Con sus hermanas mellizas, Luz y Elena, representa pequeñas obras en las fiestas familiares. La casa de Huacho se presta. El enorme patio lleno de palmeras y plantas exóticas tiene una pérgola elevada. La madre que gusta de la costura y el bordado guarda en un ropero trapos antiguos con los cuales se disfrazan. Tíos y primos festejan el humor y la imaginación de Cota. El álbum familiar de fotografías es testigo de estas funciones.

Cota es la preferida de su padre. Armando siempre quiso tener un hijo hombre para jugar y correr aventuras, pero el destino no quiso que así fuera. Mi madre contaba que hurgando entre los vericuetos de la biblioteca se encontró un macabro hallazgo.

Dentro de un pomo de vidrio con formol se observaba el embrión de un hermanito que el padre guardó como evidencia de una enorme frustración. Quizás por ello Armando sublima su tristeza haciéndose acompañar por Cota en sus paseos por el campo.

Recorren la campiña y ella se vanagloria de cabalgar sin montura. Pasa los veranos nadando en las playas del puerto, y pescando entre las peñas o en un bote. Nos relata además como quien confiesa un pecado, que su padre la lleva a cazar patos en los totorales de Végueta y a mirar los atardecer en la caleta de Carquín. Recuerda también las excursiones campestres a Sayán. Desde entonces profesa un amor por la naturaleza que comparte con el padre. Conoce los nombres de los arboles al dedillo y los pájaros que cruzan el cielo. Juega con su padre a distinguir los molles y los sauces, a identificar tuctupillines y chaucatos. Es natural, en la casa el excéntrico Armando alberga venados y monos, tigrillos y un puma, veintidós perros y hasta una llama. Las pajareras rebosan de cientos de pericos, cocatiles, agopornis y algún chirriclés traído de la selva.

Un día llega un enorme piano Bruckner a la casa. Es tuyo, le dice el padre. La niña llora y salta de una extraña felicidad. Durante días comienza a sacar pequeñas melodías con un dedo, hasta que llega un profesor de piano. Cota avanza a pasos agigantados. Ya toca el minuet de Paderewski, algunos nocturnos de Chopin, y muchas piezas populares. Tiene un estupendo oído, dice el padre cuando la niña abandona la partitura y comienza a improvisar.

Los negocios del padre van viento en popa. Es agente aduanero, tiene una casa importadora y levanta en un galpón techado el primer cine de Huacho. El ecran mágico y el escenario envuelven los ojos maravillados de Cota. Ve todo Chaplin, Harold Lloyd, Mack Sennet, Buster Keaton. Se hace llevar al cine a cada rato, quizás arrastrada por la fascinación de contar y que le cuenten historias.

Mientras Luz y Helena van a la escuela, Cota tiene permiso para crear. Lee, dibuja, recibe lecciones de piano, escribe un diario desde los trece años, que oficia de maestro de escritura, como ella misma reconoce. También aprende alemán con su madre que es austro-húngara. No tiene muchas amigas. Parecen bastarle sus dos  hermanas.

La familia viene poco a Lima pues la travesía en tren es larga y tediosa, y la madre le tiene aprensión a los viajes.  Pero en 1921 pasa algunas semanas en la casa de unos tíos en Ancón. Allí se enamora de su primo Nicolás, tres años mayor que ella y alumno del colegio alemán. Los dos jóvenes son altos y de espigada figura, y gustan pasear por el malecón donde se encuentran casi siempre con la ancianísima imagen del Mariscal Cáceres. Corren por las arenas y nadan hasta llegar a las embarcaciones de los pescadores. Por las tardes tocan el piano a cuatro manos y conversan de la vida y de los libros que ambos han leído.

Pero el verano acaba y el primo debe marchar a estudiar a Italia. Se cartean varios meses, alimentan la ilusión del reencuentro, se asombran de sus afinidades pero sorpresivamente Nicolás enferma y es internado en un hospital de Milán. La sinusitis no cede pese a varias intervenciones quirúrgicas. Una infausta carta llega a la casa de Huacho a mediados de 1923. Nicolás ha muerto de una infección al cerebro. Bruscamente cesa la infancia de Carlota. La muerte ha tocado la puerta.

El padre no sabe qué hacer para conjurar la tristeza de su hija de casi quince años. Quiere distraerla y la trae unos días a Lima. Se alojan en la casa de la abuela en la plaza Bolognesi y ambos acuden al teatro municipal. Se presenta la compañía de Margarita Xirgu, que por entonces realiza una pequeña temporada en Lima tras presentarse en Buenos Aires. Nunca había visto una actuación tan viva y descarnada, escribe en el diario. Desde entonces sigue la trayectoria de la actriz española en periódicos y revistas.

Cota tiene ya 16 años. Un día el padre le pregunta: ¿a qué te vas a dedicar en la vida? Ella responde sin dudarlo: Seré pintora ¿Y dónde estudiarás, hijita? En Bellas Artes, papá. Don Armando se toma la cabeza entre las manos, ante la cara de incredulidad de Eugenia, la madre. Nos mudaremos, dice a la mañana siguiente durante el desayuno. Su mujer lo observa con sus azules ojos al borde del llanto. Que todo sea por ella. Es hora de marcharnos. El padre liquida sus negocios que ya están de capa caída, y lían bártulos. Regalan los pájaros, se deshacen de muebles y de plantas, rematan lo que no es indispensable. La madre ordena por última vez los baúles en el andén, cubre los asientos del vagón con unas blanquísimas sábanas y mira por la ventana el desierto con nostalgia. Para el padre que ríe nerviosamente es una huida. Esta cerca de la bancarrota. Al poco tiempo ya están instalados en Lima. Un hermano de la madre les presta una casita en la calle Bresciani de Barranco.

Bellas Artes es un hervidero de ideas y colores. El maestro Hernández muere  intempestivamente y Sabogal es nombrado director. Desde su taller propugna una nueva mirada del Perú y romper con ciertos moldes académicos: el indigenismo. Cota se suma a esta corriente, con Enrique Camino Brent, Camilo Blas, Leonor Vinatea, Carmen  Saco, Reneé González Barúa y Alicia Bustamante Vernal, que siempre está acompañada de su hermana Celia. Paulatinamente sus alumnos abandonan los salones, sacan los pinceles y los caballetes a las calles, y vuelven los ojos hacia los Andes. El indigenismo es una suerte de compromiso social y estético.  Con las hermanas Celia y Alicia Bustamante se integra al Socorro Rojo. Llevan libros y alimentos a los presos políticos.

Cota egresa de Bellas Artes en 1933 con las mejores calificaciones y se casa con un joven crítico literario expulsado de San Marcos. El amor renueva los intereses literarios. Él le regala nuevos libros: Oswaldo Spengler, La montaña mágica de Thomas Mann, la nueva poesía española de la generación del 27.

El viaje de luna de miel se convierte en una expedición al sur andino, Su esposo prepara una tesis sobre las poesías de vanguardia, y se reúne con poetas y narradores de Arequipa, Puno y Cusco. Los Peralta, Emilio Vásquez, el cholo Nieto y el padre Lira. Ella pinta mucho durante ese descubrimiento del Perú de raíz india, a la acuarela, al óleo, y sigue escribiendo el diario que le sirve ahora como cuaderno etnográfico. Relata sus conversaciones, hace apuntes rápidos a lápiz o lapicero, transcribe los cuentos y leyendas que escucha, está atenta a los nuevos aires musicales que llegan a sus oídos, se deslumbra ante el arte popular que lucha por sobrevivir. Ha calado en ella la prédica de las hermanas Bustamante y de José María Arguedas, que acaba de publicar Agua y se casará con Celia.

En 1936 la Xirgu vuelve a Lima y trae ahora en su repertorio obras de Federico García Lorca, Yerma entre ellas. Vamos, dicen ambos al unísono cuando ven la noticia en el periódico. Ella queda impresionada con Lorca. Su hondura y sencillez dramática, la limpidez de su poesía que recoge el acervo popular, su labor de rescate musical. Luego de la función una de las hermanas Bustamante le presenta a Margarita Xirgu en la peña Pancho Fierro que queda en la plazuela de San Agustín. Esta suerte de bar cultural es un oasis en medio del desierto cultural de los treintas, años de barbarie y de censura, de clausura y de violencia.

La idea de escribir teatro queda flotando entre sus múltiples tareas: criar niños, pintar, tocar piano en las horas más inverosímiles, pero sobre todo cuando espera. Y crear cuentos y canciones para estimular el crecimiento de sus pequeños hijos.

La escritura va ganando terreno bajo el estímulo crítico de su esposo, Estuardo. Dos viajes a la selva central le permiten alimentar tanto su pintura como su narrativa. Toma apuntes, pregunta, observa, deja que su imaginación vuele entre cascadas y el rumor de la selva. Tercamente va construyendo una suerte de novela infantil que relata el  viaje por nuestro país de un niño que encarna el espíritu del bosque: Rutsí.

Corre 1942, Estuardo parte a una beca en Estados Unidos y ella debe quedarse al cuidado de los hijos. El tiempo que antes dedica a su pareja lo ocupa ahora la ausencia y la máquina de escribir. Corrige y corrige sus originales, pule la prosa, ajusta la estructura. Se levanta muy temprano o cuando los chicos se duermen se encierra en el escritorio solo acompañada por Póker, un perro peludo y chusco que la sigue un día cuando regresa del mercado.

Al cabo de seis meses de arduo trabajo termina Rutsí, y tras la vuelta de Estuardo, la lee en voz alta en la intimidad del escritorio. Sabe que su esposo no es hombre proclive al elogio fácil. Se abre un silencio, mientras Estuardo escoge las palabras. Formidable, te felicito, Cota. Nunca pensé que llegaras a escribir tan bien. Mándala a un concurso. Si Ciro Alegría se acaba de ganar el premio de novela latinoamericana de la editorial  Farrar and Rinehart, por qué no tú… Estuardo ríe mostrando sus grandes dientes blancos.

A pesar de ser desordenada y caótica Cota tiene una férrea disciplina a la hora de escribir. Se sienta en su sillón con sus blocks de borrador y decenas de lapiceros baratos a medio usar. Toma aire y se deja llevar por la imaginación. Luego relee y continúa dejando una estela de borrones en su endiablada caligrafía. Desde que terminó Rutsí, se siente un poco desvalida. Sigue escribiendo, le anima Estuardo. No pierdas la pluma.

Casi clandestinamente manda Rutsí al concurso neoyorquino y se propone ahora sí, una obra de teatro. Va perfilando los primeros personajes, surgen las acciones, tiene ganas de cierto clasicismo en lo formal, pero no renuncia al absurdo y al disparate, ni a una desenfrenada fantasía. Nace entonces La tacita de plata, una pequeña joya dramática, sutil y delicada, intensa y sugerente, que desde el primero momento nos conmueve por esa atmósfera de sueño que despliega. Aprovecha su capacidad versificadora, nacida de sus lecturas de los poetas del siglo de oro, que la emparenta con los clásicos españoles, y también se percibe el romanticismo de Andersen, pero su mayor influencia es quizás Federico García Lorca, con ciertos guiños surrealistas que provienen de las vanguardias del siglo XX.

Casi al mismo tiempo, manda construir a un carpintero unos bastidores. Los forra con balletas de colores, delinea un escenario y sus cortinajes, y hasta adosa unos telones pintados. Ya está casi listo, dice cuando lo termina. ¿Y eso para qué sirve, mama? Será nuestro teatro, dice con orgullo, pero antes me ayudarán a fabricar los personajes. Compra decenas de rollos de papel higiénico, los destripa, usa el cilindro central para hacer los cuellos, y con una masa de cola y papel moldea las cabezas, afila las narices y barbillas. Ubica los ojos. A esperar que sequen, le advierte a sus hijos. Días después toma sus óleos y pinta las caras, y con la máquina de coser hace los vestidos y las manos. Finalmente con una aguja de arriero ensarta lanas como pelos. Mágicamente comienzan a desfilar Lucinda, Enganifa, Llorandil, y Cachivache, el rey del país de las cosas perdidas.

Un cable le anuncia a poco de nacer su hijo Hernando, que ha ganado el premio de la editorial Farrar and Rinehart de Nueva York, pero la guerra mundial impide acudir a la premiación y ver la obra impresa. Habrá que esperar hasta 1947 para que el Ministerio de Educación dirigido por Basadre, haga una edición masiva de Rutsí, que se repartirá en todas las escuelas públicas del país.

Las inseguridades han quedado atrás. Se inicia un largo y febril periodo literario. Por esos años surge también el cuento Oshta que intuitivamente tiene la estructura de un drama en tres actos. Poco después sus personajes, el niño indio, la madre, el zorro, el puma y el duende asoman por el teatro de títeres. Además de fungir como laboratorio teatral de sus obras, los títeres animan nuestros cumpleaños y tardes de diversión.

Cota Carvallo gana muchos concursos pero ve pocas veces la puesta de sus obras. A pesar de contar con muchos amigos en el ambiente teatral, Juan Ríos, Guillermo Ugarte Chamorro, Sebastián Salazar Bondy, Antonio Meza, el grupo Telba, los mimos Piqueras, Sara Joffré, ella no es una mujer de teatro. Cota proviene de otras artes, poco grupales, e integra aportes disímiles.

De allí también su singularidad y su valía. Es curioso. Quizás escribiendo teatro conjura su pánico escénico, el miedo a estar bajo los reflectores. Cuando tiene que hablar en público se pone nerviosa, tose, se le agrietan las palabras, se queda en blanco. Sabe que no puede actuar. Por eso escribe, y prueba sus parlamentos en aquel teatro portátil, de coloridos muñecos de papier mâché. Sobre ese pequeño escenario sabe lo que es encandilar a un auditorio sin enseñar la cabeza. Por allí desfilan los personajes de FloriselEl monigote de papel, y muchas otras piezas que aún permanecen inéditas ¿Y qué fue del teatro de títeres de Cota? me preguntarán ustedes. Terminó apolillado y la balleta desteñida. Pero aún se conservan en cajas de embalaje esos actores pintados al óleo con sus propias manos. Allí siguen esperando una próxima función”.