Tomado de: Luis Miguel Glave Testino (hostoriador)

IMPRESIONES DE LA PAZ Y LA CRISIS POLÍTICA BOLIVIANA. Por Luis Miguel Glave Testino (historiador)

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Teleférico de la Paz

El viernes 25 de octubre llegué al aeropuerto de El Alto en La Paz, Bolivia. Más de veinte años pasaron desde mi última visita. El domingo previo se habían realizado las polémicas elecciones, en las que el presidente Evo Morales se presentó a pesar de que un referéndum democrático había sancionado que no podía. Contra la tendencia de los resultados de la tarde del domingo, suspendiendo el conteo de votos, el lunes el tribunal electoral dio cifras que proclamaban a Morales ganador de los comicios en primera vuelta. Las protestas callejeras se sucedieron y distintos colectivos de tipo asambleario, llamados frentes cívicos, convocaron un paro general indefinido. Por los incidentes que se presentaban en el centro de la ciudad, la Universidad que me invitó decidió alojarme en el sur, suponiendo que allí sería menos fuerte el impacto de las protestas.

En mi última visita a la ciudad, el sur era un extremo poblado precariamente, ahora es un inmenso y moderno sector urbano plagado de altos edificios y lujosas viviendas. Los vecinos del sur mayoritariamente protestaban en las calles contra el supuesto fraude electoral. Premunidos de sogas que amarraban en los postes, de algunas llantas y contenedores de basura, bloqueaban casi cada esquina en una jornada que llamaron de las “mil esquinas”. No olvidaré mi descenso de El Alto a mi hotel. Tuve que tomar hasta seis taxis; cuando uno no podía pasar por el bloqueo, bajaba mis maletas y caminaba hasta un punto donde otro taxi no podía pasar hacia donde yo me encontraba y me conducía de vuelta en mi dirección. Así sucesivamente hasta que exhausto y bajo un sol altiplánico que apretaba inclemente, llegué a un flamante hotel equipado con un cuidado exquisito. Allí permanecí atrapado dos días. Sólo rompí mi dorado encierro cuando descubrí una estación del teleférico que llegaba a ese sur lujoso. Los aires de La Paz eran el único espacio libre de bloqueos y manifestaciones. El paseo de estación en estación del sistema de Teleférico me permitió ver una ciudad que ha crecido exponencialmente. Las cabinas voladoras surcan los aires de la urbe sobre los barrios, los amplios viaductos, el centro histórico y los altos de una pujante ciudad satélite ahora sembrada de unas edificaciones que son conocidas popularmente como “cholets”, los chalets de los cholos enriquecidos de El Alto.

Hacia la media noche del domingo, como nuestras sesiones de trabajo debían realizarse en el centro de la ciudad, nos trasladaron desde el sur a un céntrico hotel cercano a la sede universitaria. Ese había sido en mi última visita el hotel más lujoso y moderno, bajando hacia el sur desde el eje que define el paseo de El Prado. Recuerdo que allí nos citaron en 1997 a mi maestro Franklin Pease y a mi, los esposos Teresa Gisbert y José de Mesa, excelentes historiadores y padres del actual candidato presidencial que obtuvo el segundo puesto, Carlos de Mesa. Ahora sus instalaciones están desvencijadas y anticuadas, pero su personal conserva la clase de atención que cualquier pasajero sueña encontrar. Cuando pude escaparme de las intensas jornadas de trabajo que tuvimos, en medio de la gritería de las marchas, los petardos que reventaban y algunas explosiones de “cachorros” de dinamita con una onda expansiva de cuidado, que llevaban los mineros que el partido de gobierno movilizó junto a pobladores rurales y funcionarios para contrarrestar el espacio urbano adverso de La Paz, pude reconocer el centro que hacía tanto tiempo conocí. A fines de los ochentas del siglo anterior, cuando llegué por primera vez a La Paz, El Prado era un boulevard ameno con un toque europeo, las edificaciones se remontaban a inicios del siglo XX e incluso se conservaban edificios anteriores y alguna iglesia colonial. Ahora luce un toque popular, bullicioso, con fachadas maltrechas, locales llenos de colorinches sin concierto, entremezcladas con edificios de factura reciente de cemento y hormigón, albergando servicios estatales y de pequeño comercio popular.

El país cambió radicalmente desde 2005 cuando luego de años de conflicto, represión y movilización popular, el presidente Gonzalo Sánchez de Losada fue expulsado del poder y la ola de insurgencia contestaria conoció como se puso a la cabeza un sindicalista de humilde origen, sin educación escolar, pero con un olfato y habilidad política cebada de gran ambición. Con un programa de estatizaciones, redistribución de riqueza, fiscalidad progresiva y obras públicas de efectos multiplicadores del producto interno, logró un importante crecimiento económico y del estado y su capacidad de gestión y llegada a sectores y regiones desatendidas.

Una nueva constitución renombró la república como Estado Plurinacional. Las polleras, sombreros y tocados de raigambre indígena, los colores de la piel, las biografías de quienes las lucían, poblaron las instituciones. Los avances democráticos fueron evidentes y cambió la percepción de las gentes de su país, de su historia y de su futuro. Pero poco a poco, con cada reelección, el ego monumental del presidente, que mutó de cholo sindicalista a hermano indígena, acompañó a un copamiento clientelar de las instituciones, contrario en todo al proceso democratizador que le dio legitimidad para emprender los cambios que había iniciado. Las organizaciones sociales veían como se creaban paralelas adictas al régimen. Extraños sucesos policiales, muertes nunca esclarecidas, presencia de tentáculos del narcotráfico, corrupción del aparato del partido que monopolizaba el poder, le hicieron perder aprobación popular e impulsaron una creciente oposición transversal en lo regional, lo social y lo cultural.

Contra viento y marea ha querido reelegirse, pisoteando la voluntad mayoritaria expresada en un referéndum. A las inequitativas condiciones de la campaña electoral, a la que se prestaron los opositores, calculando que podían forzar una segunda vuelta donde con seguridad ganarían, se sumó el extraño apagón de conteo electoral la noche del domingo 20 de octubre que dio paso a un triunfo sin segunda vuelta como todo hacía indicar iba a pasar. Era demasiado. Sin ninguna duda, la movilización que se expresa en todos los rincones del país, refleja que el país y sus gentes no van a aceptar que Evo Morales continúe ocupando la presidencia.

Pero el frente opositor no es un bloque unido ni coherente. El candidato aupado por los opositores, Carlos de Mesa, es un político con una mochila muy cargada del viejo poder que fue desbaratado por el proceso de cambio. Así como Morales fue el líder inventado de la movilización de principios de siglo, Mesa es sólo una máscara que no permite ver las caras variadas de la oposición masiva al autoritarismo y la corrupción que campean en el estado boliviano capturado por el MAS. Allí están operando los empresarios de San Cruz que crecieron con la dictadura y no cesaron de hacerlo a la sombra del cambio. Los funcionarios que no encuentran seguridad sino suscriben al partido, las clases medias que se expandieron con el crecimiento urbano, los jóvenes que nacieron con el siglo y el fin de las dictaduras, que adquirieron nuevos gustos y costumbres, que se informan por medios digitales. Pero, sobre todo, están los movimientos asamblearios, que se denominan “cívicos”, que operan por redes sociales, que convocan “cabildos” populares.

El gobierno juega al desgaste y moviliza sus bases orgánicas y clientelares para enfrentarlas con los protestantes. La confrontación todavía no ha llegado a sus cotas máximas de violencia y amenaza con descomponer el tejido social del país. Aparecen actos repudiables de vandalismo y de odio, resurge el racismo que tiene tantos siglos como la portada de Tiawanaco, las diferencias regionales. No hay salida mientras no haya voces sensatas, hasta que se produzca un diálogo mediado por personas e instituciones que sean reconocidas por ambos bandos. Sólo entonces, diseñando una transición democrática, en la que los actores de la actual confrontación sean marginados de la lid electoral que tiene que darse en un corto plazo, el país saldrá del escenario de la confrontación, la violencia y la autodestrucción. Esperemos que así sea.

 

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