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ARGUEDAS Y HUACHO. (PRIMERA PARTE). Por Luis Maurilio Espinoza Flores

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Foto: José María Arguedas

Uno de los amigos más entrañables de José María Arguedas fue el gran lingüista huachano Alfredo Torero Fernández de Córdova, quien fue la última persona a quien trató el escritor antes de descerrajarse un tiro en la cabeza en uno de los ambientes de la Universidad Nacional Agraria de La Molina. Por la estrecha camaradería que los unió, sospechábamos que tal vez en alguna ocasión ambos confluyeron en Huacho, máxime si se tiene en cuenta que durante dos décadas José María pasó cerca de nuestra ciudad rumbo a Puerto Supe, escapando del agobiante estrés capitalino. Pero, desgraciadamente, a la fecha, no hemos encontrado ninguna evidencia que corrobore nuestra conjetura. No obstante, José María, de alguna u otra manera, directa o indirectamente, estuvo vinculado a Huacho. En esta primera entrega haremos referencia a tal ligazón, en este caso, ficcional.

I. “EL CARGADOR”: RELATO DE SUFRIMIENTO HUACHANO

En 1931, José María Arguedas ingresa a la Facultad de Letras de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Lamentablemente, en ese mismo año (1), él y su hermano mayor Arístides quedan desamparados tras la muerte de su progenitor en Puquio (Ayacucho). Situación que se agrava, al siguiente año, con el cierre de la universidad, decretado por la dictadura de Sánchez Cerro, y que durará hasta 1935. Es en estas difíciles circunstancias que José María encuentra el apoyo fraternal e incondicional de Héctor Araujo Álvarez, su compañero sanmarquino, quien mediante una serie de gestiones consigue que Arguedas ingrese a trabajar de auxiliar en la Administración de Correos de Lima (2).

En los años que laboró en este lugar, la administración estuvo a cargo de la empresa inglesa Marconi Wireless Telegraph Company Limitada, que había suscrito la concesión en 1921 con el gobierno de Leguía. El edificio que albergaba este servicio está en la Calle del Correo N°41 (hoy jirón Conde de Superunda). En la actualidad, desde el 2011 funciona allí la Casa de la Gastronomía. Este impresionante inmueble, que se caracteriza por exhibir en su fachada un reloj y una cabeza felina, fue inaugurado en 1897, después de que en 1892 el entonces presidente Remigio Morales Bermúdez ordenara su construcción (3).

La relativa estabilidad económica que le proporciona a Arguedas el trabajo en el correo, terminará en 1937, cuando es cesado abruptamente por haber participado, en ese año, en una serie de desmanes contra la presencia del fascista italiano Camarotta, quien temeraria y provocativamente había decidido visitar San Marcos. El escritor es apresado y luego recluido en el penal “El Sexto” durante poco más de un año (4), que bien pudo haberse alargado por más tiempo de no haber acudido nuevamente en su auxilio su amigo Héctor Araujo Álvarez, quien valiéndose de una serie de contactos logró finalmente su libertad.

Su experiencia laboral de cinco años en el correo de Lima (1932 – 1937), le servirá a José María para escribir el cuento “El cargador” que aparecerá en La Prensa (Suplemento Dominical), el 17 de mayo de 1935. Esta es una obra que al igual que “Orovilca”, “El Sexto” y “El zorro de arriba y el zorro de abajo” traspasa el tradicional espacio andino y se desenvuelve en un escenario costeño, y que en el caso de “El cargador” es la primera que inaugura una temática no andina. Lamentablemente, este relato no ha concitado mayor atención de la crítica especializada, a pesar de su carácter auroral (5).

Un breve análisis de su estructura y argumento nos permite señalar, de entrada, que es una ficción narrada en primera persona y cuyo núcleo básico gira en torno a las relaciones horizontales – a pesar de sus jerarquías disímiles – entre los dos actantes principales, el jefe y el empleado Severino. Este es un hombre moreno y laborioso, hijo de un árabe y una criolla. Huacho y Lima son los dos espacios donde se desarrolla la trama, aunque son enfocados desde perspectivas diferentes: el primero se diluye en el recuerdo amargo de Severino; en tanto la capital es el presente esperanzador. Lo del ingrato recuerdo de Huacho débese, entre otras razones, a que en esta ciudad Severino tuvo que trabajar duramente, de sol a sol, para poder alimentar a su familia. Había llegado allí sin dinero y totalmente frustrado después de haber despilfarrado siete mil soles en mujeres, tragos y malas inversiones. De un momento a otro, inesperadamente, le había llegado esta cuantiosa suma, después de haberse ganado la lotería. Tras perderlo todo, Severino y su familia quedaron sumidos en la más absoluta miseria. Había que empezar de abajo nuevamente y “entonces me corri hasta Huacho, a trabajar como buen peón, como hombre” (6).

Severino trabajaba en las haciendas huachanas cargando bolsas de azúcar por un sol diario. Lo hacía desde cuando recién clareaba el día hasta cuando el sol languidecía en el horizonte. Después de cuatro años, decide regresar a Lima, donde consigue nuevamente trabajar en el correo. Es en estas circunstancias, donde entabla – como ya lo expresamos – una relación cordial con su jefe, que al parecer, qué duda cabe, es el alter ego de José María. A él le abre su compungido corazón y le hace fiel depositario de sus cuitas y añoranzas: “Hermanito, yo soy trabajador, yo he sido cargador de azúcar en las haciendas de Huacho, he sudado allí como nadie” (7). A su jefe también le contará la desgracia de los siete mil soles despilfarrados. En el fondo, su jefe cree percibir en él a un hombre bueno y lo comprende: “Habla casi tranquilo de sus desgracias, sin rencor, con una ligera amargura y con mucho arrepentimiento de sus propios actos; su corazón es sencillo y noble” (8).

A juzgar por el relato, Huacho es percibido como la ciudad del sufrimiento, del trabajo inmisericorde. Allí no hay tregua para la diversión ni el relax; no hay espacio para la holgazanería o apatía. En Huacho solo los fuertes y laboriosos seguirán en pie; el resto, los débiles y fracasados deberán buscar otros espacios. Pero visto simbólicamente, la ciudad también puede ser percibida como el lugar de la redención o expiación. Es lo que finalmente logra Severino, tras trabajar durísimamente en las haciendas. Cuando retorna a la capital, ya es otro, el pasado horrendo ha quedado atrás. El sufrimiento le había abierto los ojos: “Ahora soy sano, honrado y bueno” (9). La historia, en lo sustantivo, se cierra con los sueños de Severino, que ha comprado un “huachito” ilusionado de ganar otra vez la lotería.

Es casi seguro – como ha ocurrido con todas sus novelas y cuentos – que el personaje Severino haya sido extraído por Arguedas de las canteras de su experiencia en el Correo Central, pues allí trató afectuosamente a muchos compañeros de trabajo que, probablemente, además, le compartieron muchas anécdotas y vivencias singulares. A todos ellos, José María les tuvo un gran aprecio: “Mi trabajo era casi de obrero y tuve compañeros de trabajo de la clase obrera y media de Lima. Hombres formidables, a quienes quise y quiero mucho” (10).

Huacho, 18 de febrero del 2020

NOTAS:

(1) Existen dos versiones sobre el año del deceso de don Víctor Manuel Arguedas Arellano, abogado cusqueño, padre del escritor. Unos sostienen que fue en 1931; otros, en 1932. Hemos optado por el primero de ellos porque así lo manifestó en cierta ocasión el propio José María: “Mi padre se trasladó a Cañete y luego por última vez a Puquio. Allí murió, casi repentinamente en 1931, en enero” (citado por Ernesto Toledo Brückmann en “José María Arguedas y Lima. 1911 – 1938. Influencia y valoración en sus primeros encuentros con la capital”, Editorial San Marcos, Lima, 2012, p. 89).

(2) Como muestra de su agradecimiento por el apoyo recibido, el escritor le dedicará su cuento “El vengativo”.

(3) En 1935, el gobierno del general Benavides firmó un nuevo contrato con la Marconi, hasta que en 1968, tras el golpe de Juan Velasco, se dio por concluida la concesión.

(4) La biógrafa más acuciosa de Arguedas, la socióloga Carmen María Pinilla afirma que el escritor estuvo encerrado en “El Sexto” desde julio de 1937 hasta octubre de 1938. Como sabrá el enterado lector, de esta experiencia carcelaria surgiría, en 1961, la novela del mismo nombre.

(5) No obstante, fuera de nuestras fronteras – lo cual nos alegra sobremanera – hay estudios académicos que lo valoran. Es el caso, por ejemplo, de la tesis “La risa en José María Arguedas: análisis de El sueño del pongo y El cargador”, sustentada por Verónica Andrade Aguilar en la Universidad de Cuenca (Ecuador), 2019. En ella, la autora hace uso de un enfoque netamente bajtiniano

(6) José Luis Roullion, “Cuentos olvidados”, Ediciones Imágenes y Letras, Lima, 1973, p. 60.

(7) Ibídem, p. 53.

(8) José María Arguedas, “Diamantes y pedernales/ La agonía de rasuñiti /El sueño del pongo /Cuentos olvidados /Taller”, Editorial Horizonte, Lima, 1986, p. 97.

(9) Ibídem, p. 94.

(10) Humberto Collado Román, “José María Arguedas. Biografía”, Editorial San Marcos, Lima, 2006, p. 46. De alguna manera, esta consideración es una manifestación de clase. Él siempre se mostró identificado con los sectores marginados y humildes. Eso también explica porque José María fue hincha de Alianza Lima.