Fuente: El Parónimo

ZYGMUNT BAUMAN. Desigualdad, marginalidad e individualización en la modernidad líquida.

Francisco J. Lucero Bravo
Sociólogo, Mg. en Política y Gobierno
fjlucerob@gmail.com

Foto: Zygmunt Bauman
Zygmunt Bauman, en su libro Daños Colaterales. Desigualdades sociales en la era global (2011)nos relata desde diferentes perspectivas las consecuencias que ha tenido la modernidad líquida en la sociedad global. Una modernidad líquida -en oposición a su contraparte sólida- se deshace de las bases racionales, controlables y previsibles del proyecto moderno. Es una sociedad que asume la contingencia y el azar como aspecto elemental y definitorio de la realidad social. Para esto es necesario que tanto el mercado, el Estado y la estructura social hayan manifestado transformaciones decisivas en su historia reciente. El mercado se hace global y desafía permanentemente la soberanía del Estado, no tanto en la definición de sus límites físicos como sí en la relativización de sus límites éticos y morales. La desregulación se impone como lógica de la desatención de asuntos que antaño fueron considerados propios del poder político. De hecho, el poder mismo se separa de la política, en el sentido de considerar lo primero como la facultad de hacer que las cosas ocurran y lo segundo como la deliberación de alternativas y la decisión de qué hacer finalmente.

Tras esta escisión entre el poder y la política, el Estado debe reinventarse y esto implica reinventar su legitimidad, la cual históricamente ha descansado en el control de la incertidumbre y la inseguridad. Para esto requiere reconstruir el objeto o, más bien, el sujeto que encarna la inseguridad y con esto justificar su raison d’être. Esto conlleva el reforzamiento del Otro, donde -siguiendo las ideas del filósofo, Emmanuel Levinas- Bauman lo entiende como el objeto de responsabilidad ética. Esto significa que el otro se reconoce en base a su debilidad e impotencia y no de su fortaleza y virtud. Dicha categoría comienza a ser moldeada mediática y culturalmente (desde el aparato ideológico de Estado, particularmente expresado en quien detenta el poder) y se le atribuye paulatinamente al inmigrante, al marginal, al excluido, al extraño. Pero esta presión -desde arriba- que forja al sujeto de exclusión, representa solo una cara de la moneda, puesto que del otro lado tenemos al individuo que se responsabiliza por sus éxitos y fracasos, por su inclusión o exclusión en la comunidad de la que espera formar parte. De no conseguirlo queda relegado a la categoría de marginalidad, donde el concepto de «categoría» no es antojadizo ni arbitrario, sino que refleja -en oposición al concepto de clase- la idea de no ser parte de una estructura social mayor. Esta responsabilidad individual tuvo su correlato en la organización social del trabajo, donde la «revolución de los directores de segunda fase» -parafraseando a James Burnham- conlleva un abandono de la rutina y la estabilidad de largo plazo en pos de la flexibilización y la precariedad de contratos sujetos a productos. Esto, por una parte, libra a los gerentes de la carga de la rutina y, por otra, transfiere al trabajador la angustia e incertidumbre de la precarización: no saber si mañana tendrá trabajo. Por supuesto, el eufemismo de esta estrategia se encuentra en la idea de premiar la iniciativa, promover la productividad y ceder autonomía a los puestos de trabajo.
Con lo anterior, Bauman adscribe a las ideas del sociólogo alemán, Ulrich Beck, quien manifestaba que en la sociedad del riesgo «se espera que los individuos busquen soluciones biográficas a las contradicciones sistémicas». Así se llega desde diferentes vías estructurales (mercado, Estado y sociedad) a una individualización por decreto, en la cual las personas deben valerse por sus propios medios para obtener su lugar en la modernidad líquida. Y aquí es donde aparece otra escisión importante: la de lo público y lo privado. Del momento en que los individuos por decreto se responsabilizan a sí mismos de sus fortuna o desgracia, la delimitación de lo colectivo y propio de la deliberación en la esfera pública con respecto a los aspectos reservados de la vida íntima se hace laxa. Las sociedad de los flujos como señala Castells no solo conecta países en la era global sino personas y ámbitos propios de la confidencialidad. En esto incide mucho la revolución tecnológica y la emergencia de redes sociales interactivas como plataformas de expresión, encuentro y circulación de símbolos, opiniones, conocimiento e información en todos sus formatos. Y análogamente esto viene a desplazar el ágora ateniense de encuentros co-presenciales y distribución colectiva de responsabilidades (ese lugar donde lo privado se encontraba con lo pública y viceversa). Es por eso que las comunidades de internet o «redes» cumplen requisitos de fácil entrada y salida pero no de permanencia e inclusión genuina. La modalidad que ofrecen permite editar a antojo las dimensiones cuantitativas y cualitativas de su extensión pero no logran suplir con igual eficacia la carencia de pertenencia a grupos o comunidades a la vieja usanza. Sin duda, coexisten con grupos reales de amigos, familia y colegas de trabajo pero es claro el rol invasivo que ejerce la realidad virtual en la física y social. La inseguridad que transmiten no queda relegada a los confines del estado online y se socializan e internalizan en la vida privada y pública.
Los encuentros entre Bauman y Beck no se restringen exclusivamente la individualización y subjetivación de las fallas estructurales y sistémicas, sino que también vemos que la misma idea de «daños colaterales» asume una semántica similar a la idea de riesgos. Esto en tanto que en la sociedad actual los riesgos no solo se multiplican exponencialmente y se socializan, sino que sus efectos bajo la forma de daño o perjuicio son más intensos en poblaciones vulnerables y excluidas. El desarrollo o progreso económico y tecnológico trae consigo un sesgo de clase; y aunque Bauman evita dicho concepto por las razones señaladas más arriba, es explícita su preocupación por cómo las externalidades de mercado, los conflictos socio-políticos, los desastres tecnológicos y las catástrofes naturales tienen en la población marginal y excluida una cierta predilección. Y es que del momento en que la inseguridad y la incertidumbre cumplen una función política como oportunidad de legitimación de una institucionalidad democrática -y no tan democrática- en crisis y como oportunidad de negocio y creación de valor de la iniciativa privada, el aparataje de vigilancia,  los protocolos de respuesta a la emergencia y toda clase de medios de prevención de peligros, delitos y desastres cuentan con una distribución tanto o más desigual que la riqueza misma. El diseño e ingeniería social de reglas, normas, instituciones y sistema de derechos (de propiedad, civiles, políticos y sociales) responde intrínsecamente a un lógica de exclusión porque la construcción de un «otro excluido» es deliberada y consciente. Los medios de comunicación, el marketing, las modas, los estereotipos, los estigmas, el sentido común, etc. conspiran en conjunto por una profecía autocumplida: construir el enemigo, en los términos planteados por Carl Schmitt. Consiste en crear algo ajeno y extraño y decidirse a enfrentarlo. La criminalización de la pobreza, la discriminación del extranjero, la segregación del desadaptado, todo responde al requisito definitorio de soberanía: la capacidad de crear la excepción.
Lo excepcional es la condición de la regla, por lo tanto cuando hablamos de minorías excluidas hablamos de una mayoría global. Cuando se señalaba que el poder se había divorciado de la política es por que el primero se filtró hacia esferas globales mientras que la política se resguardó en lo local. Mientras los países convergen en términos de desigualdad con la emergencia de potencias asiáticas y el estancamiento de Occidente, la desigualdad al interior de los estados no hace más que agudizarse. Aún así, 22 países que solo cuentan con el 14% de la población mundial concentran la mitad del comercio mundial, mientras que los 49 países más pobres solo se quedan con el 0,5% (las cifras pueden estar algo desactualizadas pero no han de variar mucho en una década y algo más). Esta escena geopolítica implica un erosión de la escena local teniendo entre sus principales efectos la pérdida de confianza mutua, lo que a su vez se traduce en sospecha y paranoia. Para Bauman, esta perdida de confianza y falta de solidaridad representan los «daños colaterales» de la era global con mayor impacto y trascendencia en la vida moderna.
Para finalizar este breve repaso por algunas de las reflexiones que ofrece el libro de Bauman, es necesario señalar dos aspectos de suma importancia: uno pesimista y el otro ligeramente optimista. Lo primero se relaciona con su visión sobre la tendencia cuasi-natural que sigue la maldad a lo largo de la historia. A este respecto, entre las lecturas revisadas se encuentra la postura de Hanna Arendt sobre la «banalidad del mal», que expresa la normalidad que subyace a muchas de las personas que protagonizaron algunos de los episodios más lamentables de la historia humana, como el holocausto nazi. Esta línea de reflexión nos muestra el lado crudo de la historia, en el cual el germen de la maldad trasciende lo excepcional para convertirse en una potencial regla si las condiciones lo permiten. Esto sería un respaldo al realismo político de Maquiavelo en su idea de que el ser humano solo es benévolo si esto le reporta algún beneficio. Claramente también es un respaldoa  la tesis hobessiana, aunque no es aventurado expresar que Bauman e incluso Hanna Arendt guardan cierta distancia con la radicalidad de estas tesis y dotan sus conclusiones de ciertos matices esperanzadores. Otra línea de razonamiento con respecto a la historia de la maldad es la que encontramos en Enzo Traverso, quien señala que una vez que inicia la catástrofe (generalmente tecnológica) la cadena de eventos lamentables ya ha encontrado su propio catalizador. Muchas veces la sola inversión de tiempo, recursos y esfuerzo en construir y crear las condiciones técnicas y tácticas para la guerra justificaron su realización. Un caso dramático de ello es la versión que circula, no con poco respaldo, de que Truman habría autorizado el ataque de las bombas de Hiroshima y Nagasaki para justificar la inversión millonaria (2.000 millones de dólares) detrás de su realización.
Por último, Bauman tiene algunas palabras de aliento para la disciplina que él representa: la sociología. Básicamente plantea que si bien los cambios acaecidos en sociedad actual, y que derivan en la individualización moderna líquida ponen al sociólogo en una posición difícil con respecto a su legitimidad lograda en el paradigma anterior (el proyecto moderno que le da nacimiento como disciplina), esto representa una oportunidad ineludible para adquirir un nuevo rol de mayor impacto social. Este se relaciona con la idea promover discursos y prácticas que permitan desaprender lo que obstaculiza el cambio y la transformación y acercar aquello que permanece esquivo a la crítica y la reflexión. En sus palabras: se trata de desfamiliarizar lo familiar y familiarizar lo desconocido. Esto conecta con la idea de visibilizar la exclusión y la desintegración de lo colectivo como daño colateral de la globalización y abrir las puertas a proyectos de comunidad que reúnan las partes hoy fragmentadas.
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