Tomado de: Investigación y Ciencia
La salud mental es esencial para una vida económicamente productiva. La evidencia acumulada muestra que la mala salud mental y la pobreza tienden a ser compañeros de viaje, pero ¿cuál es su relación?

Dentro de los años vividos por todos los seres humanos del planeta, hay un porcentaje de años que se viven bajo cualquier tipo de discapacidad. Es una especie de indicativo de calidad de vida, pero a la inversa. El objetivo de toda sociedad avanzada y civilizada debiera ser la reducción de esos años. Pues bien, de todos esos años, el 8% de ellos a nivel mundial son provocados por la depresión y la ansiedad. Por otra parte, también se sabe que dentro de un mismo contexto específico, las personas con ingresos más bajos tienen entre 1,5 y 3 veces más riesgo de sufrir trastornos depresivos o de ansiedad.
Los estudios hechos hasta la fecha muestran que existe una relación bidireccional entre pobreza y trastorno mental. Por lo tanto, si sabemos los mecanismos causales subyacentes, podremos -y debemos- crear políticas para evitar que esto ocurra.
Aunque esta relación es bidireccional, diversos estudios muestran que personas sanas mentalmente, sometidas a un estrés económico, acaban desarrollando un cuadro depresivo o ansioso, que en ocasiones extremas, tiene consecuencias fatales. Ya en su libro «Algo va mal», el prolífico escritor británico Tony Judt nos mostraba clara y profusamente que la desigualdad crea no solo problemas sociales -incluida la delincuencia-, sino también problemas de salud, tanto fisiológicos como psicológicos y psiquiátricos, acabando en algunos casos en el suicidio. Además de los datos epidemiológicos que muestran que en los periodos de crisis empeoran la salud mental de los ciudadanos, se ha comprobado que el simple hecho de inyectar capital en efectivo directamente a las personas en forma de ayudas gubernamentales, mejora la salud mental de la comunidad y reduce la depresión y la ansiedad.
Existen múltiples mecanismos posibles que medien esta cadena causal. La pobreza está asociada con ingresos y gastos volátiles, la incertidumbre para la supervivencia de uno mismo y de la familia que resultan de esta situación, menoscaban psicológicamente al individuo, aumentando el riesgo de sufrir trastornos mentales. Al vivir en viviendas inadecuadas en vecindarios de bajos ingresos, las personas también está más expuesta a tensiones ambientales como la contaminación, las temperaturas extremas, los ruidos, la violencia y entornos difíciles para dormir, lo que también contribuye a aumentar el riesgo a sufrir enfermedades mentales. La pobreza en la vida temprana -en la niñez y en el útero- aumentan la probabilidad de una mala nutrición y otros factores estresantes, lo que resulta en un neurodesarrollo cognitivo deficiente y aumenta el riesgo de enfermedades mentales en la adultez. La pobreza también se asocia con una peor salud física, mayor exposición al trauma, la violencia, el crimen y un estatus social más bajo, cada uno de los cuales son factores que aumentan de manera significativa el riesgo de sufrir trastornos mentales a lo largo de la vida.
En estos casos, tan solo con proporcionar sencillas ayudas económicas, servicios médicos, una mínima estabilidad laboral, seguridad y apoyo financiero a las mujeres embarazadas y los cuidadores de niños pequeños, u otras formas de suavizar las crisis, reduciría los trastornos mentales de la población.
Una vez que se entra en el agujero de la enfermedad mental, todo es más difícil. La enfermedad mental empeora los resultados económicos de las personas. Los estudios muestran que las intervenciones para tratar enfermedades mentales aumentan los días trabajados, el rendimiento, la creatividad y la producción. La depresión y la ansiedad afectan directamente a la forma de pensar de las personas, minando su atención, concentración y memoria y distorsionando su percepción de la realidad. Este estado afecta a la toma de decisiones a la hora de trabajar, invertir o consumir. Las enfermedades mentales también pueden obstaculizar la educación y la adquisición de habilidades y conocimientos de niños y adolescentes, además de exacerbar las desigualdades de género, debido a que su prevalencia es mayor en las las mujeres. Las enfermedades mentales de los padres pueden influir en el desarrollo cognitivo y los logros educativos de los niños, haciendo que la enfermedad mental y la pobreza se perpetúen de generación en generación.
Teniendo en cuenta la crisis en la que estamos metidos, y la que vendrá -aún mayor- debido al cambio climático y el calentamiento global, no es difícil llegar a la conclusión que los trastornos mentales van a aumentar exponencialmente a nivel mundial. Como hemos visto anteriormente, más trastornos mentales no solo implica menos calidad de vida individual, sino que también -en términos meramente prácticos y materialistas- menos días trabajados, menos rendimiento, menos creatividad y menos productividad, y esto a su vez creará más desigualdad y más pobreza… y así en una espiral de destrucción personal y del tejido social que continuará ad infinitum.
La acción política sobre la salud mental es vital, pero esto solo serán parches si no se actúa sobre la raíz del problema: la desigualdad económica y la pobreza; o van de la mano o no se conseguirá una mejora verdadera. Los estudios demuestran que simplemente con la inyección de capital necesario para la supervivencia a nivel individual -comprar comida, educación, salud y utensilios básicos de casa-, provoca un incremento significativo y estable en el bienestar psicológico de las personas -aumento de felicidad y satisfacción vital y descenso de estrés, preocupaciones, ansiedad y depresión-, lo que repercute de manera directa en beneficio y progreso de la sociedad. Es decir, que las intervenciones poderosas y de una sola vez tienen grandes y sólidos efectos a largo plazo. Eso es lo que se debe hacer. Dejar de lado la ideología económica y actuar, o ya no habrá sociedad sobre la que aplicar esas ideologías.
Referencias
Ridley, M. W., Rao, G., Schilbach, F., & Patel, V. H. (2020). Poverty, Depression, and Anxiety: Causal Evidence and Mechanisms (No. w27157). National Bureau of Economic Research.
Kilburn, K., Thirumurthy, H., Halpern, C. T., Pettifor, A., & Handa, S. (2016). Effects of a large-scale unconditional cash transfer program on mental health outcomes of young people in Kenya. Journal of Adolescent Health, 58(2), 223-229.
Julio Rodríguez
Científico, biólogo, doctor en medicina molecular, psicólogo, escritor y divulgador. Diagnóstico genético en Fundación Pública Galega de Medicina Xenómica (FPGMX)
Trabajé investigando la genética de trastornos psiquiátricos en la Fundación Instituto de Investigación Sanitaria (FIDIS) y la Universidad de Santiago de Compostela (USC). También un tiempo en la Universidad de Oxford y en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) de Madrid. (Perfil científico)
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He publicado dos libros: Prevenir el narcisismo y Lo que dice la ciencia sobre educación y crianza son mis libros de divulgación.
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